(1) Historia Fil. Filosofía en el Renacimiento: Maquiavelo y el realismo político.



I. Un manual práctico para comprender aprisa la política.



El regalo que es –según Maquiavelo para Lorenzo el Magnífico, hijo de Pedro de Medicis- este libro, se presenta como un manual sobre el gobierno y la comprensión de la política –“horrendas vicisitudes políticas de nuestro tiempo”- con el que “será fácil comprender en pocas horas” todo lo aprendido por Nicolás a lo largo de muchos años, con suma fatiga y grandes peligros.
Este manual está dirigido, no por la aprehensión del bien y del mal, sino exclusivamente por la verdad –es una exposición que no tiene “otra pompa y otro adorno que la verdad de las cosas y la importancia de la materia”-. Objeto: como adquirir o conservar el Principado. (1)








II. Contra la utopía, el realismo.  


Maquiavelo, prácticamente doscientos años antes del nacimiento de la filosofía empirista y su método de observación social, propone el criterio fáctico de evaluación moral: “la alabanza o la censura”. Hasta David Hume, en describir ese hecho fundamental de toda sociedad humana: la censura o/y aprobación (2)  de la conducta de sus miembros
 "Las acciones pueden ser laudables o censurables, pero no razonables o irrazonables" (3)
No hay otro camino más recto a la propia ruina que el pretender imponer a los hombres el deber ser, lo noble y lo justo: por el contrario el príncipe tiene que “saber como viven los hombres, y no como debieran vivir”.
“Dejando, pues, a un lado las utopías…es necesario que un príncipe que desee mantenerse en su reino, aprenda a no ser bueno en ciertos casos, y a servirse o no servirse de su bondad, según que las circunstancias lo exijan.” (4)




II. a. Saber y deber. Ser bueno y aprender a ser malo.


El problema que queda siempre pendiente es la definición o determinación del referente sobre el que se construye el deber ser y, por lo tanto la aprobación y su negación, la censura. Maquiavelo trata este problema de pasada, puesto que no es un moralista ni un filósofo. Pero su pequeño intento se funda en la distinción entre legitimidad y necesidad. Es verdad que, en el propio texto, los dos conceptos se disuelven y se hacen equivalentes dentro de su concepción de la relación entre medios y fines:


“Nunca sobrevino justicia  tan sobresaliente, porque una guerra es legítima por el mero hecho de ser necesaria, y es un acto de humanidad cuando no queda esperanza más que en ella.” (5)
El problema sigue pendiente al no definir cual es la necesidad, aunque, por supuesto en el contexto maquiavélico es la “redención de Italia”, o sea su liberación de los bárbaros, incitación que Nicolás está haciendo a su modelo y sujeto de la dedicatoria de su propio libro: Lorenzo de Medicis, el Magnífico.





II. b. El circunstancialismo y La “novitas”.


La fuerza de las circunstancias es remarcada a menudo por Maquiavelo; en ocasiones será la fuerza y maldad de la nobleza, contra la que no deberá luchar a no ser que pueda acabar con ella; por otra parte, junto a la nobleza, se incluye o del pueblo: “la mayoría de los hombres que necesita para sostenerse” es su más real circunstancia. (6) El “circunstancialismo” de Maquiavelo es tan grande que repara en casos en los que el ejército sea más poderoso que el pueblo: entonces si convendría “contentar más a los soldados que al pueblo.” (7)  La cualidad de “nuevo” del Principado, o de “inmemorial” –constitución antigua-, entra dentro de este relativismo circunstancial.  (8)
De la misma manera, si para “conservar su estado”, le es imprescindible incurrir en la infamia aneja a ciertos vicios”, no deberá dudarlo, los adoptará como parte del camino adecuado. Por contra, aquellas conductas que suelen ser tomadas como virtudes, como la benignidad y la clemencia, tendrán que ser abandonadas y permutadas por aquellas apariencias de vicios que, sin duda, “acrecentarán su seguridad y su bienestar.” (9)
Es evidente que el relativismo supuso un avance frente al absolutismo de los valores intemporales y religiosos que en última instancia eran las justificaciones de las tiranías teocráticas que gobernaban el mundo y no precisamente con eficiencia. El problema comienza cuando la relatividad se aplica a cualquier terreno o a cualquier principio y con cualquier motivación. En sus “Discorsi” Maquiavelo apunta rápidamente la relatividad del bien y del mal, en una palabra su semejanza. Con ocasión de la exposición de las tres formas “buenas” de gobierno –república, monarquía y aristocracia- y de su necesario e incluso natural proceso de corrupción, Maquiavelo afirma:

“De manera que un legislador que organiza en el estado una de esas tres formas de gobierno, la establece por poco tiempo, porque no hay precaución bastante a impedir que degenere en la que es consecuencia de ella. ¡Tal es la semejanza del bien y del mal en tales casos!” 

 III. Maquiavelo atrapado en el dualismo. El pesimismo del monoteísmo.




El pensamiento de Nicolás Maquiavelo está todavía a caballo, entre la Edad Moderna –de la que él sería uno de sus pioneros- y la Ilustración: se sitúa plenamente dentro del pensamiento “monoteísta”, ese sistema que implica la dualidad, no sólo de mundos, sino también de conciencias y de estados de la misma. Los hombres, sin duda alguna, son malos:

Los hombres son siempre malos, a no ser que se les obligue por la fuerza a ser buenos.” (10)
su posible procedencia platónica: el hombre está compuesto por una parte espiritual y otra animal, una humana y otra inhumana.

“Tal es lo que con palabras encubiertas enseñaron los antiguos autores a los príncipes, cuando escribieron que muchos de ellos, y particularmente Aquiles, fueron confiados en su niñez al centauro Quirón, para que les criara y les educar bajo su disciplina. Esta alegoría no significa otra cosa sino que tuvieron por preceptor a un maestro que era mitad hombre y mitad bestia, o sea que un príncipe necesita utilizar a la vez o intermitentemente de una naturaleza y de la otra, ya que la una no duraría, si la otra no la acompañara.” (11)

Es imprescindible recordar al “Principe” que tiene “para defenderse” dos recursos: la ley y la fuerza”. (12) La ley es humana, la fuerza, puramente animal. Ahora bien, no se repelen las dos partes del ser humano, ni sus dos recursos se estorban, muy por el contrario se combinan en la acción adecuada de todo Príncipe que, cuando no vea suficiente a la ley, podrá entonces “recurrir” a la fuerza…Y este proceso puede ser “simultáneo” o “sucesivo”…
En resumidas cuentas, un Príncipe, y “especialmente uno nuevo” con tal de guardar el orden y mantener su principado, estando atento a los giros y variaciones de los “vientos y fortuna”, se dispondrá a

 “no apartarse del bien…pero también a saber obrar en el mal, cuando no queda otro recurso.” (13)

 III.b. Del pesimismo al cuadrado: la fiera como ideal de conducta. 


Si a esa doble naturaleza humana y sus correspondientes recursos  añadimos la maldad inherente a los súbditos ya no queda duda de que el ideal a imitar en su conducta por el Príncipe es el “bruto”. Y dos son los brutos ideales, el León que sabe “librarse” de los lobos, y la Zorra que es el animal que mejor se “preserva” de los lazos…(14)  El uno es el guerrero por excelencia frente a los que atacan por sorpresa y en grupo, la otra es la que nos da ejemplo para incumplimiento de las perniciosas “promesas”. Séptimo Severo es, para Nicolás, el mejor ejemplo del que “diestramente supo ejercer de león y de zorra. (15)


IV. El fin justifica los medios.


Se ha puesto en cuestión que la citada fórmula fuera propiedad de Maquiavelo y que, por lo tanto, el “maquiavelismo” no era de Maquiavelo, sino de Baltasar Gracián en su obra Oráculo manual y arte de prudencia (1647) o de Hermann Busenbaum en su Medulla Theologiae Moralis, de 1650.

El argumento se basa en el contexto de la frase que más explícitamente concentraría el “maquiavelismo” de Maquiavelo:
“Si –el Príncipe- logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo…” (16)
Maquiavelo escribe la frase más explícitamente “maquiavélica” en una oscura disertación sobre la importancia de las circunstancias y la necesaria adaptación a las mismas, la necesaria estimación del pueblo y la apariencia de virtud y religiosidad como arma del Príncipe.
Tras haber distinguido entre la humanidad –la ley y el mantenimiento de las promesas- y la bestia –fuerza y la necesaria ruptura ocasional de los pactos-, Maquiavelo reconoce que, generalmente, habrá que conformarse con las apariencias virtuosas…
“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por las manos…Cada cual ve lo que el Príncipe parece ser… (además) la opinión del vulgo tiene por apoyo de sus ilusiones la majestad del estado que le protege.” (17)
Una equívoca frase de transición hace dudar su intención:
“En las acciones de todos los hombres, pero particularmente en las de los Príncipes, contra los que no cabe recurso de apelación, se considera simplemente el fin que llevan.” (18)
No está claro si Maquiavelo se refiere de nuevo a la apariencia y la opinión legitimadora del vulgo o más bien a la conducta en general y la justificación del medio por el fin…A no ser que la frase anterior no fuera precedida por otra que aclara y confirma el “maquiavelismo” de Maquiavelo:
“Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su estado” (19)
Lo que asegura la “maquiavélica” primacía de fines sobre medios: el fin es conservar el estado y si los medios conducen a tal fin “se consideraran por honrosos”, sea el vulgo o sea el príncipe el que los considere…En todo caso esa justificación de los medios por los fines es tan exacerbada en Maquiavelo que, incluso cuando el príncipe –Fernando el Católico- reniega constantemente en la práctica de su “prédica de paz y de buena fe”, si las hubiera observado, añade Nicolás Maquiavelo,
“hubiera perdido la estimación que se le profesa, y habría visto arrebatados más de una vez sus dominios.” (id.cit.sup.)
De manera que incluso la estimación del vulgo sigue no a la bondad, la paz y la buena fe, sino al éxito y la mano dura que a aquel conduce, extremo este que ya antes hemos encontrado con abundancia en Maquiavelo: 
“el partido más seguro es ser temido antes que amado (y, además) los hombres se atreven más a ofender al que se hace amar que al que se hace temer,  porque el afecto no se retiene por el mero vínculo de la gratitud que, en atención a la perversidad ingénita de nuestra condición.” (20)
De la misma manera que la maldad de la guerra puede ser un medio adecuado al servicio de un buen fin, o la corrupción de los soldados o el temor saludable, o la crueldad piadosa, o la apariencia de bondad, o de poder, o la Ley humana, o la Astucia de la zorra, o la Fuerza más descarnada y más animal…el mantenimiento de las promesas…o su incumplimiento útil o, finalmente, la falsedad más descarada, en lo religioso, puede también ser un gran medio al servicio del fin: 
“Los que estén a la cabeza de una república o de un reino deben, pues, mantener al país religioso, y por tanto bueno y unido. Y deben favorecer y acrecentar todas las cosas que sean beneficiosas para ella, aunque las juzguen falsas…Pues este ha sido el proceder de los sabios, y de aquí nació la autoridad de los milagros, que se celebran en las religiones, aunque sean falsos, pues los prudentes los magnifican, vengan de donde vengan, y con su autoridad los hacen dignos de crédito para cualquiera.” (21)
 Es claro pues que la supuesta contextualización de la máxima “el fin justifica los medios” en una circunstancia de opinión y justificación del vulgo queda desmontada por activa –el fin es conservar el reino y todo lo que conduce a tal fin es honroso- y por pasiva –el vulgo y el ejército estiman más al que aplica actos de severidad que al agradecido y amoroso gobernante.




NOTAS.


[1] “Dedicatoria”. Págs. 251 y 252 de la edición en castellano de Edmundo González Blanco. Ediciones Ibéricas. Madrid, 1933. 3ª edición.
[2] Tambien en el “Prólogo” a sus Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio (1513-1519), Maquiavelo habla de “la censura y el aplauso”: “Todos están más dispuesto a denostar que a loar las acciones ajenas.”; y también, más adelante, “si no me proporciona alabanzas, tampoco debería acarrearme injurias…”Pág. 27.  Edición y traducción de Ana Martínez Arancon”. Ed. Alianza Editorial. Colección Ciencia política. 1987. Quinta reimpresión. 2012.
[3] Hume, David. A Treatise of Human Nature. III. Parte Primera. "De la virtud y el vicio en general". Sección I. "Las distinciones morales no se derivan de la razón". Págs. 673 y 676. Traducción de F. Duque, Editora Nacional/Orbis, Barcelona 1984.
[4] XV. “De las cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes, son alabados y censurados.” Pág.339.
[5] Maquiavelo. Il Principe. XXVI. “Exhortación para librar a Italia de los bárbaros.” Pág.407. Ed.cit.sup.
[6] Op.cit.sup. XIX. Pág.364.
[7] Op.cit.sup. XIX. Pág.370.
[8] Id.cit.sup. Pág.371.
[9] Id.cit.sup. Pág.340.
[10] Id.op.sup. XXIII. Pág.395. Prácticamente a la vez, Maquiavelo escribe lo mismo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, pues sus primeros volúmenes comienzan en 1512, y El Príncipe se escribe en 1513.
[11] Maquiavelo, Il Principe, XVIII. «De qué modo deben los Príncipes guardar la fe dada.» Pág.352. Ed.cit.sup.
[12] Maquiavelo, Il Principe, XVIII. Pág.351. Ed.cit.sup.
[13] Id.cit.sup. Pág.354.
[14] Id.cit.sup. Pág. 352.
[15] Maquiavelo. Il Principe. XIX. Pág.365 y 367.
(16) Maquiavelo. Il Principe. XVIII. Pág.355.
(17) Maquiavelo. Il Principe. XVIII. Pág.355.
(18) Id.cit.sup.
(19) Id.cit.sup.
(20) Id.cit.sup. 347.
(21) Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio I.12. Pág.72. Ed.cit.sup.

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